1. La comunión con Cristo y la oración de GetsemaníLos relatos sobre la oración de Getsemaní de Jesucristo aparecen de manera común en los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. A través de ellos, comprendemos cuán solitario fue el camino de la cruz de Cristo y, al mismo tiempo, cuán profunda fue la obediencia y la fuerza de la oración contenidas en ese camino. Sorprendentemente, el Evangelio de Juan no incluye esta decisiva oración de Getsemaní. Del capítulo 13 al 16 de Juan se presenta la Última Cena y el discurso de despedida; luego, en el capítulo 17, está la oración sacerdotal de Jesús por sus discípulos y por la futura Iglesia. A partir del capítulo 18, se despliega la narración en la que Jesús es arrestado y sufre la pasión de la cruz. En ese tránsito, en algún punto, la oración de Getsemaní, que los evangelios sinópticos atestiguan de manera conjunta, parece haber desaparecido. ¿Por qué razón Juan omite esta importante oración?
Para entenderlo, debemos fijarnos en el hecho de que, en el Evangelio de Juan, durante la Última Cena (capítulo 13), Jesús ya percibe la cruz como "gloria" y se decide por ese camino. Juan muestra cómo el Señor no elude el sufrimiento ni la muerte, sino que, más bien, abraza la gloria contenida en ellos, cuando registra la afirmación de Jesús: "Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él". Para el autor del Evangelio de Juan, la decisión de Jesús ya estaba tomada en lo profundo de su corazón. No es que Jesús hubiese resuelto ir a la cruz en el Huerto de Getsemaní, de último momento, sino que en la Última Cena ya había llegado a esa conclusión definitiva, y lo expresa cuando dice: "Y después de comer el bocado, Judas salió en seguida; y era de noche". Ese fue el instante decisivo de la traición, el punto de no retorno, y Jesús se dispuso a seguir ese camino que él mismo consideraba ya glorioso, pronunciando su discurso de despedida.
Sin embargo, aunque el Evangelio de Juan omita la oración de Getsemaní, no debemos pasar por alto el vital mensaje teológico que los sinópticos nos transmiten. La cruz es 'gloria', pero al mismo tiempo implica dolor extremo y sacrificio. En Marcos 14:32-42 se describe vívidamente ese sufrimiento y esa obediencia. Se muestra, en contraste, la ligereza e incomprensión de los discípulos, mientras que Jesús, angustiado hasta sudar gotas de sangre, conmovido y lleno de dolor, clama: "¡Abba, Padre!, todas las cosas son posibles para ti; aparta de mí esta copa; sin embargo, no sea lo que yo quiero, sino lo que tú quieres". En esa escena vemos el misterio en que la 'humanidad' de Jesús y su 'obediencia divina' convergen de manera dramática.
Jesús, con tan solo 33 años y a través de la forma de ejecución más cruel y humillante -la crucifixión, famosa en el Imperio Romano por aplicarse a rebeldes o criminales de la peor índole- tuvo que enfrentar esa muerte. No era una muerte rápida, sino un suplicio prolongado que conllevaba sufrimiento y vergüenza no solo para la víctima, sino también para quienes le seguían, infundiéndoles un profundo temor y menosprecio. Que Jesús orara "aparta de mí esta copa" es, en cierto sentido, un grito legítimo de "angustia humana". Sin embargo, él sabía que su misión al venir a este mundo consistía en ofrecerse como sacrificio expiatorio por los pecadores. Cuando su "misión divina" y su "temor humano" se enfrentan, Jesús finalmente eleva la confesión de fe: "No se haga mi voluntad, sino la tuya". Precisamente ese acto de fe y determinación constituye el núcleo del mensaje de la oración de Getsemaní. La cruz pudo haber sido un camino evitable, pero el Señor, en plena obediencia a la voluntad del Padre, decidió recorrerlo voluntariamente.
La elección de Jesús no fue motivada ni alentada por los discípulos. Según el Evangelio de Marcos, tras la cena y después de cantar un himno, todos se dirigen al Monte de los Olivos. Sin embargo, en el momento en que el Señor se estremece en la oración, ellos no pueden mantenerse en vela y se duermen. Tanto así que Jesús, al regresar a ellos a mitad de la oración, exclama: "¿No pudisteis velar ni una hora?". Los discípulos estaban totalmente ciegos y descuidados, sin captar la inminencia y la gravedad del camino de la cruz. Finalmente, el Señor queda solo en medio de la indiferencia y la incomprensión de la gente, además del inminente abandono y traición, y lucha en oración por su cuenta. La expresión "se horrorizó y se angustió en gran manera" revela el hecho de que, aunque Jesús es Dios, abraza plenamente el temor, la tristeza y la desesperanza propios de la humanidad.
Debemos meditar aún más profundamente en que caminar con Cristo no garantiza únicamente "resultados gloriosos o bendiciones" visibles. Decimos que caminamos con Jesús, pero a menudo, cuando el Señor ora hasta que su sudor se convierte en gruesas gotas de sangre, nosotros, como los discípulos, caemos repentinamente dormidos. Con frecuencia, nos entusiasmamos como Pedro y proclamamos: "Aunque tuviera que morir contigo, no te negaré", pero en la realidad, cuando el sufrimiento y el sacrificio se hacen palpables ante nuestros ojos, nos tambaleamos y hasta huimos. La fe no consiste en simples declaraciones o en profesiones de labios, sino en cargar el peso real de la cruz que se presenta en la vida diaria. Al contemplar la magnitud de ese peso, mayor y más doloroso de lo esperado, solo podemos inclinarnos con reverencia.
El pastor David Jang ha enfatizado repetidamente en sus sermones y conferencias que esta "oración de Getsemaní" tiene un significado decisivo para la fe. Seguir a Jesús implica aspirar a la gloria de la resurrección, pero sin ignorar las lágrimas, los gemidos y el sufrimiento desgarrador de la cruz, simbolizados en la oración de Getsemaní. Él enseña que cuando encaramos de frente la angustia de Cristo descrita en los evangelios sinópticos, podemos comprender debidamente el mensaje de Juan, que afirma: "La cruz es la gloria". De lo contrario, corremos el riesgo de quedarnos únicamente con la gloria de la resurrección, pasando por alto el profundo valle de soledad que realmente atravesó Jesús. Pero si Jesús logró la "gloria" de la cruz, fue precisamente porque "obedeció hasta la muerte", clamando "Abba, Padre". En la trayectoria de la fe, no se alcanza la cumbre sin pasar antes por el valle más oscuro. Y la escena que ilustra esta verdad con mayor claridad es la oración en el Huerto de Getsemaní.
Si complementamos lo anterior con las explicaciones del pastor David Jang, en Getsemaní (que significa "lagar de aceite") se prensan aceitunas para extraer su aceite. De manera análoga, la misma vida de Jesús es machacada y hecha añicos para ser ofrecida como "aceite de una expiación plena". En realidad, el término "Cristo" (en griego) o "Mesías" (en hebreo) significa "el Ungido". En el Antiguo Testamento, la unción con aceite era un rito fundamental para consagrar a reyes, sacerdotes y profetas. Pero, paradójicamente, Jesús transita un camino solitario donde nadie le unge oficialmente como Rey. La gente esperaba para él una ceremonia gloriosa de entronización o un reconocimiento honorable, pero lo que vivió fue la indiferencia e incluso traición de los discípulos, y, al final, solo lo aguardaba una ejecución brutal. Por eso podemos interpretar que la verdadera "unción" de Jesús no fue producto de un ritual humano pomposo, sino que se cumplió en Getsemaní a través de su decisión de "No se haga mi voluntad, sino la tuya" y, finalmente, en la cruz, con la sangre que derramó.
En Marcos 14:51-52 aparece un episodio peculiar: un joven (presumiblemente el propio Marcos) que iba cubierto solamente con una sábana, seguía a Jesús a escondidas. Al ser descubierto e intentar atraparlo, él dejó la sábana y huyó desnudo. Es una escena que contrasta la cobardía de los discípulos con la soledad de Jesús de manera muy gráfica. Al incluir en el Evangelio esta experiencia vergonzosa, Marcos reconoce: "Aunque había jurado proteger al Señor hasta el final, cuando el peligro llegó, salí huyendo, desnudo, sin dignidad alguna". Esta es una historia histórica real que ya circulaba desde los primeros tiempos de la Iglesia, y demuestra cuán honestamente los Evangelios exponen la debilidad humana. En definitiva, nadie acompañó a Jesús en el sufrimiento de la cruz, ni siquiera velaron en oración por él. Al encontrarse humano y divino a la vez, sin ningún apoyo terrenal, Jesús se aferró únicamente al Padre ("Abba"), con lamentos y lágrimas, y obedeció hasta el fin.
El apóstol Pablo proclama más tarde en Filipenses 2:5-8: "Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, quien, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a qué aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo... y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". Esta es la esencia de la idea de la "kenosis" (el vaciamiento de sí mismo) que se revela en la oración de Getsemaní. La oración de Jesús en Getsemaní se convierte en el modelo de todo trayecto de fe, de todo sacrificio, de toda decisión trascendental. Ante las personas podemos mostrarnos firmes, pero la verdadera obediencia y sacrificio se forjan en la soledad, ante Dios, con lágrimas y súplicas. Sin embargo, es en ese camino donde se experimenta el poder, el consuelo y la guía divina por medio del Espíritu Santo. Por eso, la oración de Getsemaní se ha convertido en un pasaje meditado y conmemorado a lo largo de toda la historia de la Iglesia, durante 2,000 años.
El pastor David Jang también ha subrayado repetidas veces en sus escritos y predicaciones que "humanamente podemos vacilar". El propio Jesús expresó el deseo de evitar la cruz si fuera posible. Pero confió plenamente en la bondad del Padre y, por eso, se encaminó con gusto hacia ese destino que se convirtió en el acontecimiento decisivo de la salvación de la humanidad. En última instancia, la fe no consiste en negar o suprimir nuestra debilidad, temor, dolor y llanto. Más bien, se trata de llevar todo ello ante Dios y, aun así, obedecer con la certeza de que su voluntad es buena y clara. Este es el significado histórico y teológico más importante que la oración de Getsemaní nos ofrece.
Asimismo, cabe destacar el uso del término "Abba Padre" en la oración de Getsemaní. Jesús, en arameo, se dirige a Dios como "Abba" (Papá, Padre), pidiéndole: "Si es posible, quita de mí esta copa". En aquel tiempo, los judíos no se dirigían a Dios de forma tan directa como "Abba". Antes de Cristo, se consideraba que Dios era tan excelso y temible que incluso se evitaba pronunciar su Nombre con ligereza. Sin embargo, Jesús rompe esa barrera y lo llama "mi Padre". Este acto supone reconocer la soberanía absoluta de Dios y, al mismo tiempo, acoger su amor personal. Confiar en que un Padre amoroso jamás abandonaría a su hijo. Gracias a esa certeza, Jesús perseveró en la senda de la cruz. En Getsemaní, la única esperanza era el regazo del Padre, y al aferrarse firmemente a él, no sucumbió en medio del torbellino de la desesperación y el sufrimiento.
Así, la oración de Getsemaní revela la realidad del dolor y la soledad que padeció Jesús y expone la profunda importancia de la obediencia. Y, aun en ese proceso, descubrimos la intimidad y la humildad de quien continúa llamando a Dios "Abba", mostrando una actitud de plena sumisión. Los evangelios sinópticos han preservado y transmitido esta oración porque, a pesar de ser Jesús el Hijo todopoderoso de Dios, la magnitud de la cruz y de la muerte que enfrentó está más allá de lo que podemos imaginar. Pero como no rehusó ese camino, la salvación de la humanidad se completó. El Evangelio de Juan enfoca el mensaje en que la cruz ya es "la gloria del Señor", por lo que no vuelve a narrar los titubeos y llantos de Getsemaní. No obstante, como creyentes, al leer tanto los sinópticos como Juan, comprendemos aún mejor que "fue gracias a la agonía de Jesús que la cruz se convirtió en gloria".
En conclusión, la oración de Getsemaní nos enseña cuál debe ser nuestra actitud cuando "la voluntad de Dios y la nuestra entran en conflicto". Al igual que Jesús, necesitamos acudir diciendo: "Padre, si es posible, quita de mí esta dura prueba. Pero más que mi propia voluntad, que se haga la tuya". Tener una fe sin ningún sufrimiento o angustia humana podría ser, en cierta medida, una inmadurez que se aferra únicamente a una "aparente fortaleza". La verdadera fe implica confesar honestamente nuestra debilidad y nuestra ansiedad, y entregarlas bajo la soberanía de Dios. Ese lugar es precisamente el Huerto de Getsemaní, donde Jesús, "horrorizado y angustiado en gran manera", oró. El pastor David Jang enseña de manera vivencial el significado de la oración de Getsemaní, exhortándonos a aprender a obedecer hasta el final, siguiendo el modelo de Jesús, también en momentos de crisis y desesperanza. Reitera especialmente la importancia de acoger y practicar la petición de Jesús: "Velad y orad". De la misma forma que los discípulos, después de entonar un himno, cruzaron el valle de Cedrón sin percatarse de la sangre del cordero sacrificado, hoy muchos creyentes desconocen el verdadero sentido de la cruz y la soledad del Señor, limitándose a una fe superficial. Pero la esencia de Getsemaní está en que, habiendo atravesado ese valle oscuro de soledad y llanto, la cruz se mostró en última instancia como gloria. Por ello, mientras proclamamos la "comunión con Cristo", debemos desarrollar una espiritualidad que participe activamente en la hondura de su sufrimiento y su oración.
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2. La aplicación contemporánea de la oración de Getsemaní¿Cómo puede aplicarse la oración de Getsemaní a la Iglesia y a los creyentes de hoy? Al hablar del ministerio de Jesús, se suele resaltar sus milagros y prodigios, la gloria de la resurrección, el poder del Espíritu en Pentecostés. Sin embargo, el pasaje de Getsemaní, donde aflora la fragilidad y el dolor humano de Jesús, se pasa con demasiada rapidez. Pero las lágrimas y los gemidos de Jesús en el Huerto de Getsemaní, su clamor: "¡Abba, Padre!", constituyen un modelo esencial en la vida de fe. El pastor David Jang explica que, en nuestros días, este tema resulta muy relevante para el cristiano. Nuestra cultura y el mundo promueven cada vez más el triunfalismo y el éxito, y los creyentes, con facilidad, nos dejamos arrastrar por esa corriente, centrándonos únicamente en la gloria de la resurrección mientras ignoramos el sufrimiento y la miseria.
No obstante, la Escritura muestra que la "gloria" siempre llega tras pasar por el sufrimiento. Aunque Jesús sanó a muchos y predicó el Evangelio durante su ministerio, su obra culminante fue un único evento: la "crucifixión". Justo antes de ir a la cruz, Jesús libró su combate espiritual definitivo en Getsemaní. Eso demuestra que ni siquiera para Él fue un camino sencillo; el sufrimiento no se supera sin más. Más bien, produce temor y angustia; es algo que desearíamos eludir. Ese es el sentido literal de la oración de Jesús, "si es posible, aparta de mí esta copa". Pero al mismo tiempo, pese a toda su debilidad humana, Jesús se rindió diciendo: "Si ésta es la voluntad del Padre, la cumpliré", y fue crucificado. El pastor David Jang enseña que nuestra situación actual también está plagada de crisis y dolor, y que frente a ellas deberíamos actuar siguiendo el ejemplo de Jesús en Getsemaní.
En la vida moderna, nuestras preocupaciones son muy variadas: dificultades financieras, inestabilidad laboral, enfermedades, problemas familiares, rupturas en las relaciones, depresión y ansiedad. Ante esto, muchos nos preguntamos: "¿En qué consiste realmente la fe?". A menudo, los sermones que escuchamos en la iglesia hacen promesas del tipo "Dios resolverá todos tus problemas", pero la realidad no siempre coincide de manera inmediata con esas promesas. Hay personas que no ven salida para el día de mañana, otras que oran con fervor por la sanación de un familiar gravemente enfermo sin ver mejoría aparente. Si sobrevienen tragedias personales, incluso llegamos a dudar: "¿De veras existe Dios?". Ahí es cuando atravesamos nuestro "Getsemaní". Nos sentimos impotentes y asustados, orando desesperadamente "si es posible, quita de mí esta copa". Pero, al profundizar en la oración de Getsemaní, también descubrimos qué significa declarar: "No se haga mi voluntad, sino la tuya".
El pastor David Jang señala en sus predicaciones y encuentros que la oración de Getsemaní consiste en creer que "la voluntad de Dios puede ser completamente distinta de lo que yo espero, e incluso puede incluir sufrimiento, pero al final todo obrará para bien". Desde la perspectiva humana, la cruz es un fracaso y una humillación. Pero, de acuerdo con el plan redentor de Dios, la cruz es la victoria más extraordinaria que concede resurrección y vida eterna a la humanidad. Lo mismo ocurre con muchos de nuestros problemas de hoy. Aunque parezca que el dolor o la desesperanza no se resuelven, tenemos que preguntarnos si creemos de verdad que no están fuera del control de la mano de Dios. Aun cuando veamos ante nuestros ojos un torrente de sangre corriendo por el arroyo de Cedrón, ¿podemos confiar en que Dios sigue dirigiendo la salvación más allá de ello? Ese es el cimiento para poner en práctica la oración de Getsemaní en la actualidad.
Si leemos Santiago o las cartas de Pedro, vemos que los creyentes de la Iglesia primitiva también padecían enfermedades, persecución, pobreza y que no les resultaba nada sencillo perseverar en la fe. Por ello, los apóstoles les exhortan: "Tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas" (Sant. 1:2) o "No os sorprendáis del fuego de prueba que os ha sobrevenido" (1 Ped. 4:12). A primera vista, suena poco realista, pero aluden al ejemplo de Jesús en la oración de Getsemaní. Es decir, "Si la voluntad de Dios así lo determina, aunque yo no lo entienda ahora, caminaré por ahí con sincera obediencia". Al afrontar esto, nuestra alma puede hundirse, y podemos sentir que ya no queda esperanza. Sin embargo, la fe que clama "¡Abba, Padre!" en medio de ese sufrimiento nos lleva a descubrir que Dios no nos abandona. La obediencia de Cristo culminó en la cruz, y posteriormente en la resurrección. Los cristianos de hoy debemos recordar y meditar en ello constantemente.
El pastor David Jang critica la tendencia en algunas iglesias a cultivar una fe "centrada en ambiciones" o "enfocada únicamente en el éxito terrenal". Y recalca que "seguir a Cristo implica abrazar la obediencia y el sacrificio que están presentes en la oración de Getsemaní". Muchos creyentes se implican en actividades como la alabanza, las misiones, los servicios de voluntariado, etc. Sin embargo, ante el sufrimiento, algunos se sienten defraudados con Dios e incluso abandonan su fe. Del mismo modo, en la Última Cena, los discípulos estaban muy animados, pero en el Huerto de Getsemaní, cuando el Señor les pide que velen en oración, se duermen. Pedro proclamó que no negaría a Jesús ni aunque tuviera que morir, pero, en vez de velar orando, se durmió. Más tarde, cuando Jesús fue arrestado, sacó la espada impulsivamente y, al fin, lo negó tres veces antes de escapar. Lo mismo puede sucedernos en la iglesia hoy. Decimos con orgullo: "Señor, haré cualquier cosa por Ti", pero ante el dolor real, vacilamos y retrocedemos. El pastor David Jang comenta que "con fuerzas humanas no podemos recorrer el camino de la cruz. Por eso es indispensable la oración de Getsemaní, esa total rendición ante el 'Abba Padre'".
Además, al observar la oración de Getsemaní, notamos que no fue solo una "expresión emocional", sino que concluyó en una acción real: "¡Levantaos, vamos!". Tras orar por tercera vez, Jesús dice a sus discípulos: "Ya está, la hora ha llegado; el Hijo del Hombre es entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos, vamos!". La oración no terminó con la simple búsqueda de paz interior, sino que condujo a afrontar de inmediato la realidad de la cruz. De ello debe aprender la iglesia moderna. Podemos cantar y orar con fervor en el templo; sin embargo, para que la oración tenga verdadero sentido, debemos enfrentar las situaciones que se nos presenten sin darles la espalda. Así como Jesús, al concluir "No se haga mi voluntad, sino la tuya", se dirigió resueltamente al lugar donde sería arrestado, debemos afrontar los distintos conflictos y dolores de la vida cotidiana. El pastor David Jang enseña que "esta es la manera de aplicar cabalmente la oración de Getsemaní en la iglesia de hoy". Sostiene que la oración de Getsemaní no es meramente pedir que desaparezca toda aflicción, sino, más bien, rogar por la "fortaleza para obedecer la voluntad de Dios" aunque el sufrimiento no se aparte. Para Jesús, la copa no fue apartada. Pero en Getsemaní, al entregarse por completo al Padre, ya había obtenido la victoria espiritual y mental en ese camino.
Si la iglesia asume este mensaje, dejará de poner el énfasis principal en la "solución inmediata a todos los problemas". Ciertamente, en el nombre de Jesús puede ocurrir que una enfermedad se sane milagrosamente o que se resuelva un problema. Pero no siempre sucede así. Lo realmente esencial es "obedezco la voluntad de Dios, pase lo que pase", ese es el espíritu de la oración de Getsemaní. Aunque desde la perspectiva del mundo parezca una derrota, al igual que la cruz dio paso a la resurrección, desde la perspectiva de Dios esa aparente derrota se convierte en victoria. El pastor David Jang reitera esta enseñanza en muchos de sus mensajes, explicando que el proceso que va desde la Última Cena hasta la cruz constituye, en esencia, una peregrinación hacia la gloria.
Asimismo, la oración de Getsemaní está profundamente vinculada con la "oración de intercesión" dentro de la comunidad cristiana. Incluso en medio de su sufrimiento, Jesús siguió amando hasta el fin a los suyos (cf. Juan 13:1), orando por sus discípulos y por los futuros creyentes. Esta intercesión se ve en Juan 17 con la oración sacerdotal, y guarda relación con la escena de Getsemaní: "El Señor oró por nosotros hasta el final". Esto nos recuerda que, al orar unos por otros, debemos tomar como referencia el ejemplo de Jesús, quien perseveró en la oración más ardua. La iglesia debe llorar con sinceridad por aquellos que sufren y rogar a Dios que los restaure. Al igual que Jesús, que rezó a solas en medio del cansancio, nosotros también debemos esforzarnos por permanecer despiertos en la intercesión. Si no lo hacemos, seremos como los discípulos que se quedaron dormidos en Getsemaní.
El pastor David Jang advierte que "si la oración personal decae y la iglesia pierde la costumbre de orar con fervor unos por otros, las lágrimas de Getsemaní se derramarán en vano en cualquier rincón del mundo, sin encontrar eco en la iglesia". Mientras Jesús era crucificado, los discípulos, dominados por el miedo, se dispersaron. ¿Será muy diferente nuestra realidad? Vemos con frecuencia a personas sufrientes, con problemas mentales o físicos, a gente abatida por la injusticia social, sin que la iglesia se compadezca ni interceda de verdad por ellos. En Getsemaní, Jesús les había pedido a los discípulos: "Quedaos aquí y velad conmigo", pero ellos se durmieron sin permanecer atentos ni por una hora. Al final, Jesús oró en soledad y continuó hasta la cruz. Aprendemos de esta escena que, si la iglesia no vela en oración, no solo estamos reproduciendo la soledad de Jesús, sino que puede que nosotros mismos acabemos quedándonos solos cuando llegue nuestra hora de crisis.
Al mismo tiempo, la oración de Getsemaní también conecta con la cuestión del "perdón". En la cruz, Jesús rogó: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen" (Lucas 23:34). Esta petición fue posible gracias a la resolución interior alcanzada en Getsemaní: obedecer la voluntad del Padre hasta el fin. A los cristianos a menudo nos cuesta perdonar, porque nuestras heridas y resentimientos son muy profundos y no somos capaces de conceder clemencia a quienes "nos crucifican". No obstante, Jesús, sometido a la mayor traición, burla y sufrimiento, concedió el perdón. Antes lo había entregado todo en Getsemaní, diciendo: "Hágase tu voluntad". El pastor David Jang enseña que "el perdón parece imposible desde la perspectiva humana; sin embargo, quien asimila la oración de Getsemaní llega a comprender algo del corazón del Señor". Es decir, incluso rodeados de enojo y dolor, el punto de partida del perdón está en una actitud que dice: "Si la voluntad santa de Dios así lo dispone, no me apartaré de este camino".
Por consiguiente, la oración de Getsemaní no es un mero evento del pasado, sino que ofrece una guía muy concreta de cómo mantener y madurar la fe hoy. A menudo buscamos vivir experiencias maravillosas o milagrosas para sentir la presencia de Dios, pero el mayor milagro es orar ante la cruz diciendo: "Señor, seguiré tu voluntad aunque difiera de la mía. Aun con miedo y dolor, no eludiré el camino que Tú has recorrido". Con esa oración, tomamos para nuestra propia vida la soledad, el llanto y la obediencia de Jesús. Y cuando salimos al mundo con tal disposición, experimentamos con sinceridad la alegría de la resurrección.
Uno de los ejes principales de las enseñanzas del pastor David Jang es que "solo aquel que conoce el valle del sufrimiento puede contemplar con nitidez la cima de la resurrección". La mayoría prefiere la cumbre gloriosa sin pasar por la sima. Pero la resurrección de Jesús no existió aisladamente. Llegó tras múltiples rechazos y malentendidos, la traición de los discípulos y, de forma culminante, el intenso combate de oración en Getsemaní que desembocó en la cruz. Esa cruz hizo posible la resurrección. Y según el pastor David Jang, también es así en nuestro proceso de fe. Si la iglesia se olvida de esta realidad, aun si aparenta un gran avivamiento o crecimiento, se derrumbará ante la menor adversidad.
Además, el pastor David Jang suele hablar de la oración de Getsemaní como algo fundamental para la "solidaridad" de la comunidad cristiana. La iglesia no es un lugar donde solo se reúnen los exitosos en la fe, sino un espacio para quienes sufren, fracasan y están en dolor, para que se acompañen mutuamente con lágrimas y oración. Igual que Jesús, que llevó consigo a los discípulos a Getsemaní y les pidió "velad conmigo", nosotros debemos despertarnos y orar unos por otros. Tal vez, como los discípulos, acabemos durmiendo o jactándonos de "nunca abandonarte, Señor" para luego flaquear; pero nuestra responsabilidad es alentar el regreso, dar apoyo y aprender a "velar" juntos de nuevo. Esa comunión nace del amor de "Abba Padre". En lugar de hundirnos en la ira y la desesperación hacia los demás, recordamos la gracia y la paciencia que Jesús mostró en Getsemaní, y cargamos los unos con las cargas de los otros.
Considerado desde un prisma actual, muchos de los conflictos en la iglesia quizá tengan su origen en la falta de la oración de Getsemaní. En lugar de orar intensamente y llorar unos por otros, nos comportamos como el mundo: discutiendo, creando bandos y provocando divisiones. Si las heridas se hacen profundas, la gente abandona la iglesia. En la hora más extrema de Jesús, los discípulos también se dispersaron. Sin embargo, el amor de Dios continúa inmutable. Y si nos aferramos a ese amor, podemos volver a la oración. Para el pastor David Jang, este es el mensaje esencial que Getsemaní lanza a la iglesia contemporánea: no basta con entender intelectualmente el camino de Cristo, debemos decidirnos a participar activamente: "Velaré y oraré. Rogaré para no caer en tentación". Sin esta resolución, aunque la iglesia levante grandes edificios y congregue multitudes, no participará de la verdadera gloria de Cristo.
En suma, la oración de Getsemaní, en toda época y cultura, es el acontecimiento clave que revela la "identidad de la fe" y "la esencia del discipulado". En ese lugar, Jesús, aunque Dios, se angustiaba y lloraba, pero se mantuvo firme en la plena confianza en la voluntad del Padre. Mientras tanto, sus discípulos se durmieron, huyeron y lo negaron, pero tras la resurrección de Cristo fueron restaurados. El pastor David Jang ve en toda esta trayectoria un ejemplo de cómo la debilidad humana y la salvación divina se entrelazan. Al meditar en este pasaje hoy, debemos afrontar con honestidad nuestra propia incredulidad, pereza, temor y fragilidad. Y en esa condición, clamar "¡Abba, Padre!", orando: "No se haga mi voluntad, sino la tuya". Ahí comienza el verdadero avivamiento y la santidad de la iglesia. Antes de llevar la cruz, Jesús atravesó el valle de la oración en soledad. Ese camino abrió la mañana de la resurrección.
Finalmente, como reitera incesantemente el pastor David Jang, ni los creyentes ni la iglesia deben perder de vista la urgencia de mantenernos "despiertos en Getsemaní". Cada vez que releemos los Evangelios, conviene imaginar cómo se sentiría Jesús al cruzar el torrente de Cedrón, teñido de rojo por la sangre de los corderos sacrificados. Quizá él, como "el verdadero Cordero de Dios", supo entonces que debía cargar los pecados de toda la humanidad. Pero quienes prometían acompañarlo cantaban, dormían y, al final, lo abandonaron. Hoy, de manera similar, celebramos la Pascua y participamos de la Cena del Señor diciendo: "Moreré y resucitaré con Cristo", pero cuando llega la "noche de Getsemaní" a nuestra vida, nos volvemos indiferentes. Por ello el Señor nos repite: "Velad y orad para que no entréis en tentación". Aunque ese camino parezca difícil y angosto, al confiar en la voluntad del Padre podremos experimentar una nueva mañana de vida y salvación.
En definitiva, la oración de Getsemaní fue la batalla interior y victoria previa a la cruz, el ejemplo de obediencia que la iglesia y los discípulos están llamados a imitar a cabalidad. Supone confesar que "no se haga mi voluntad, sino la de mi Padre celestial", al mismo tiempo que mantenemos una "fe que no pone en duda el amor y la omnipotencia del Padre". En lugar de esconder nuestras debilidades, debemos presentarlas al Padre como lo hizo Jesús. Aquellas lágrimas y clamores angustiosos no serán vanos en el plan soberano de Dios, y con valentía podremos responder: "Levantaos, vamos", encaminándonos hacia la cruz. Esta es la verdadera esencia del discipulado cristiano. El pastor David Jang ha insistido en este mensaje, convencido de que la espiritualidad de Getsemaní debe restaurarse tanto en la iglesia como en la vida individual de los creyentes. El lugar donde Jesús ya triunfó mediante la oración, es también el sitio en el que hoy, de rodillas, participamos nuevamente. Allí encontraremos la asombrosa gracia y el poder de la resurrección.