I. La historia del pecado y la muerte iniciada por un solo hombre, Adán
El Pastor David Jang, al exponer Romanos 5:12-21, divide la historia de la humanidad en dos grandes eras y centra el argumento en torno a dos figuras: Adán y Jesucristo. Para comprender el amplio panorama que presenta Pablo, debemos recordar que este pasaje aborda algunos de los temas teológicos más complejos y relevantes de toda la Biblia. Entre ellos se encuentran la doctrina del pecado original, la doctrina de la representación, la teoría de la unión corporativa y la doctrina de la imputación. El Pastor David Jang subraya que, aunque muchos consideren esta porción de la Escritura difícil, si uno se niega a rendirse y estudia con profundidad, podrá asimilar la verdad fundamental que atraviesa la salvación de todo creyente.
Pablo emplea nueve veces la expresión "un solo hombre" para explicar de qué manera tanto Adán como Jesucristo trajeron, respectivamente, el reinado del pecado y la muerte o de la justicia y la vida a la humanidad. Si dividimos la historia de la humanidad de forma amplia, podemos hablar de la "era de Adán" y la "era de Cristo". La primera, iniciada tras la caída de Adán (Génesis 3), trajo el pecado y, como consecuencia, la muerte para todos. La segunda, inaugurada con la venida de Jesucristo, es la era de Cristo. Pablo entiende la aparición de Cristo como un cambio cósmico (cosmic change), proclamando que los creyentes han pasado del viejo orden al nuevo orden, esto es, han sido trasladados del dominio del pecado y de la muerte a la obra de la gracia y la vida.
Sin embargo, existe una doctrina que muchos encuentran difícil de aceptar: "Si fue un solo hombre, Adán, quien pecó, ¿qué tiene eso que ver conmigo?". Es una pregunta que provoca incluso oposición, no solo en personas no creyentes, sino también dentro de la propia iglesia. El Pastor David Jang explica que, si se niega u omite la declaración bíblica de que "el pecado entró en el mundo por medio de un solo hombre, y todos cargan con ese pecado", tampoco podrá comprenderse correctamente la enseñanza central de la salvación: "¿Cómo se imputa a nosotros la justicia (ἡ δικαιοσύνη) que Cristo obró en la cruz, de manera que alcancemos la salvación?". Romanos 5:12-21 expone de forma detallada la "doctrina de la representación" y la "teoría de la unión", en cuyo trasfondo late el principio de la doble imputación: "Así como el pecado de un solo hombre fue imputado a toda la humanidad, así también la justicia de un solo hombre, Cristo, es imputada a los creyentes". En este proceso se articulan conceptos como la ley y el pecado, la condenación y la justificación, la muerte y la vida, y lo que pudiéramos denominar "pecado cabeza" y "justicia cabeza".
Para empezar, Pablo declara que "todos se constituyeron pecadores en Adán". El Pastor David Jang denomina esto "la doctrina del pecado original", la cual fue ampliamente sistematizada por Agustín. El capítulo 3 de Génesis describe la transgresión de Adán, que a primera vista podría interpretarse como el error de una sola persona; sin embargo, la realidad es que toda la humanidad está unida a ese pecado. El pecado de incredulidad (desobediencia) de Adán se transmitió a todos los seres humanos a lo largo de los siglos. Muchos objetan: "¿Cómo puede decirse que un niño recién nacido haya cometido algún pecado?". Pero Pablo aclara que "desde Adán hasta Moisés reinó la muerte, aun cuando todavía no había ley" (Rom 5:14), subrayando así que el problema no consiste en la ausencia o presencia de un articulado legal, sino en que todos los descendientes de Adán nacen de hecho bajo el pecado.
El Pastor David Jang señala que, cuando Adán comió del fruto del árbol del conocimiento del bien y del mal en el Edén, no se trató simplemente de "tomar un fruto". Fue, ante todo, un acto de incredulidad hacia la Palabra de Dios, de ceder ante la voz del diablo. Esa incredulidad engendró desobediencia, y como consecuencia la muerte se introdujo en toda la humanidad. Cuando Pablo dice que "la muerte reinó" (Rom 5:14), está describiendo un poder cósmico y estructural que ata a toda la humanidad, no un simple desliz moral. Desde entonces, la humanidad vive bajo la sombra de la muerte. El Pastor David Jang evoca Romanos 6:23, "la paga del pecado es muerte", recalcando que allí donde se introduce el pecado, el fruto inevitable es la muerte.
Este poder estructural del pecado y la muerte se comprende también a través del concepto teológico de la "imputación del pecado original". Aunque un niño parezca inocente, lleva en sí esa naturaleza pecaminosa heredada de Adán y no puede escapar de ella. Para quienes rechazan esta doctrina, el Pastor David Jang aconseja partir de un principio clave de la Biblia: la "teoría de la unión". En muchos pasajes del Antiguo Testamento observamos que el pecado de un padre afecta hasta la tercera y cuarta generación de sus hijos (Éx 20:5-6); o que, en la rebelión de Coré, no solo Coré sino toda su familia sufrió el castigo (Núm 16); o que en el caso de Acán (Jos 7), la iniquidad de uno solo conllevó consecuencias para toda la comunidad. Todo ello muestra la naturaleza colectiva del pecado y el juicio. Pero también existe una solidaridad en la justicia. Cuando Abraham creyó y obedeció el pacto, la bendición no se limitó a él, sino que se extendió a miles de sus descendientes. En otras palabras, una persona no es solo un individuo aislado, sino que posee un carácter de representante que afecta a la comunidad y a las generaciones futuras.
En Romanos 5:12 en adelante, Pablo contrasta la realidad de quienes están "en Adán" -bajo el pecado y la muerte- con quienes están "en Cristo" -bajo la gracia y la vida-. El Pastor David Jang ilustra que, "incluso antes de que naciéramos, la humanidad ya se encontraba sumergida en un gran depósito de pecado". Por más que una persona se esfuerce, es imposible salir de esas "aguas corrompidas". Por ello, resulta imprescindible la irrupción de una nueva corriente de agua viva, que represente la llegada de Jesucristo y su obra redentora.
Así, la esencia del pecado original radica en que "el pecado de un solo hombre, Adán, fue imputado a toda la humanidad". Este concepto, tanto en el plano teológico como en el existencial, es de enorme trascendencia. El Pastor David Jang emplea la imagen de la "mejora de la semilla" para explicarlo. Al injertar la rama de un buen árbol de caquis en un caqui silvestre agrio e incomible, el fruto pasa a ser dulce y abundante. Del mismo modo, la humanidad, habiendo heredado la "semilla" del pecado de Adán, solo puede dar fruto santo si es injertada en Cristo, el "brote nuevo". Con los avances científicos que muestran cómo la información genética está contenida en una sola semilla, algunos teólogos consideran que este hecho facilita la comprensión del pecado original: todos los rasgos están presentes en esa semilla fundamental.
El Pastor David Jang señala que, si Adán abrió la "era del pecado" por su incredulidad y desobediencia, cada uno de nosotros, de forma natural, sigue esa corriente pecaminosa. El cambio genuino solo es posible negándonos a nosotros mismos (muriendo a la naturaleza adámica) y uniéndonos a Cristo. Aquí entra la enseñanza del bautismo que Pablo expone en Romanos 6: la naturaleza adámica, sujeta al pecado y a la muerte, tiene que ser crucificada (Gál 2:20), para que la vida de Jesús sea injertada en nosotros. Si perdemos de vista esta verdad, no podremos liberarnos del pecado ni ser rescatados de la opresión radical de la muerte.
Asimismo, el Pastor David Jang recuerda Génesis 15, donde Abraham pactó con Dios partiendo animales en dos, para subrayar que en una relación de pacto, basta que el "representante" celebre el acuerdo para que todos sus descendientes o su comunidad queden bajo ese mismo influjo. Cuando Abraham obedeció y recibió bendiciones, su descendencia heredaría esas promesas; pero cuando falló en un detalle (no partir las palomas), sus descendientes vivieron esclavizados en Egipto durante 400 años. De igual modo, el autor de Hebreos (7:9-10) explica que Leví, estando todavía en los lomos de Abraham antes de nacer, "pagó diezmos" a Melquisedec a través de su antepasado. Con estos ejemplos bíblicos se refuerza la idea de cómo la acción de "un solo hombre" puede trascender y afectar a toda la comunidad y su posteridad.
En definitiva, Romanos 5:12-14 constituye la clave para comprender por qué la humanidad muere a causa del pecado de Adán. Aun cuando se diría "yo no cometí ese pecado", la realidad es que todos lo compartimos "en Adán", estando unidos a su incredulidad y desobediencia. Ésta es la historia del pecado y la muerte; al mismo tiempo, explica también cómo la justicia de Jesucristo puede sernos imputada. Pablo afirma que "Adán es figura de aquel que había de venir (Cristo)", señalando que la representatividad de un solo hombre produce un efecto trascendental. Si Adán es el representante que arrastró a la humanidad al pecado y a la muerte, Cristo es el representante que nos guía a la vida y a la justicia.
El Pastor David Jang enseña que este principio de representación y unión es de gran relevancia también en la vida cotidiana de los creyentes. Por ejemplo, Santiago 5:13-16 enseña que "la oración del justo es poderosa y eficaz". Incluso aquí, la fe y la súplica de una sola persona pueden influir en la vida de otros, sanando a los enfermos cuando Dios responde. La bendición o la maldición no se limitan a lo individual, sino que poseen un carácter solidario. Por eso, el creyente debe ser consciente de la seriedad de sus actos y elecciones; al mismo tiempo, el amor expiatorio de Cristo a nuestro favor, fundamentado en esa representatividad, hace que "el poder de Su sangre" sea una realidad para nosotros hoy.
En resumen, la historia del pecado y la muerte que comenzó con un solo hombre, Adán, trasciende el error individual. Dios había creado el mundo muy bueno (Gén 1:31), pero con la incredulidad y la desobediencia de Adán (Gén 3), el pecado penetró en la humanidad. Y con él, la muerte se extendió a todos. Antes o después de la ley, no hay diferencia: todos quedaron sometidos al poder del pecado. Aceptar esta doctrina es imprescindible para entender "cómo la justicia de un solo hombre, Jesucristo, trae la gracia y la vida a todos los que creen". Pablo defiende con vehemencia este punto en la parte final de Romanos 5.
II. La era de la justicia y la vida inaugurada por la obediencia de Jesucristo
Como se ha visto, en Adán se abrió la era en la que el pecado y la muerte someten a la humanidad. Sobre esa base, el Pastor David Jang destaca que Pablo presenta ahora a Jesucristo como ese "un solo hombre" que viene a ser el "nuevo Adán". Romanos 5:15-21 exalta este nuevo tiempo, casi a modo de cántico. Pablo declara que, así como el pecado entró por medio de Adán, la gracia y la vida han entrado por medio de Jesucristo. Y lo llama "don de la gracia" (Gift of Grace), subrayando que no es fruto del esfuerzo humano, sino un regalo que fluye del amor incondicional de Dios.
Pablo afirma: "Así como por la transgresión de un solo hombre muchos fueron condenados, así también por la obediencia de un solo hombre muchos serán constituidos justos" (Rom 5:18-19). El Pastor David Jang lo describe como la "teología de los dos Adanes (Adam-Christ Typology)", recordando 1 Corintios 15, donde se lee: "El primer hombre, Adán, fue hecho alma viviente; el postrer Adán, espíritu vivificante". El primer hombre procede de la tierra, el último Adán, que es Cristo, vino del cielo. Mientras que los que pertenecen a la era antigua, la de Adán, están sujetos al pecado y a la muerte, quienes pertenecen a la era nueva, la de Cristo, disfrutan la esperanza de la vida eterna en aquel que es "espíritu que da vida".
En Romanos 5:15-17, Pablo explica que, si la muerte reinó (gobernó) por medio de Adán, ahora la justicia y la vida reinan por medio de Jesucristo. El poder tiránico del pecado se invierte y la justicia de Cristo toma el trono. Esto es lo que el Pastor David Jang denomina "la inversión cósmica". Pablo proclama: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5:20). La liberación del poder del pecado y la muerte no podía lograrse por iniciativa humana, sino únicamente mediante la obediencia y la expiación de Jesucristo.
Es relevante observar que la obediencia de Jesucristo contrarresta y anula directamente la desobediencia de Adán. Adán no creyó la palabra de Dios y, por su incredulidad, quebrantó el mandamiento. Jesucristo, en contraste, "se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz" (Fil 2:8). Su confianza y obediencia absolutas cumplieron el propósito del Padre, pagando con su vida y cargando con el pecado de la humanidad. Mediante su muerte y resurrección, se nos imputan la justicia y la vida. Pablo ha enfatizado esto previamente, refiriéndose al sacrificio de Cristo como "propiciación", "redención" y la base de nuestra "justificación" (Rom 3 y 4).
¿Cómo se relaciona esta verdad con nuestra vida práctica? El Pastor David Jang invita a prestar atención a la idea de "unión con Cristo (union with Christ)" que resalta Pablo. Romanos 8:1 anuncia: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús", lo que significa que aquellos que están unidos a Cristo ya no son condenados. La sangre de Cristo y su justicia se hacen nuestros; Cristo habita en nosotros y nosotros en Él, como un hecho espiritual real, tal como la cabeza y los miembros de un cuerpo están unidos. Del mismo modo, el pasaje de Santiago 5 sobre "la oración eficaz del justo" pone de manifiesto que quienes han sido justificados en Cristo poseen la capacidad real de transmitir gracia y vida al mundo.
Si no asimos esta realidad, difícilmente entenderemos la doctrina práctica de la santificación en Romanos 6 y 7. La raíz del pecado transmitida por Adán ya está declarada culpable y condenada, pero seguimos viviendo en un cuerpo carnal y experimentamos la tendencia pecaminosa. Sin embargo, al haber sido trasladados a la nueva vida en Cristo, consideramos a nuestro "yo adámico" clavado en la cruz (Gál 2:20), y avanzamos día a día en la unión con el Señor. Este proceso no se consuma de manera mágica, sino a través de nuestra obediencia y fe activas, con la ayuda del Espíritu Santo. Con todo, la base objetiva de nuestra salvación ya fue totalmente establecida por "un solo hombre, Jesucristo", que venció el poder del pecado y de la muerte, inaugurando un tiempo en el que "reinamos en vida".
El versículo 21 de Romanos 5 declara: "para que así como el pecado reinó en la muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna". Esto no es un mero discurso teórico, sino la promesa de la vida eterna. Estando antes en Adán, ahora hemos sido puestos en Cristo, y una vez lavados por su sangre, ya somos un "real sacerdocio" (1 Pe 2:9), llamados a "reinar" sobre el pecado, en vez de seguir siendo sus esclavos.
El Pastor David Jang explica que esto influye profundamente en la identidad de la Iglesia. La Iglesia es el Cuerpo de Cristo; cada creyente es miembro de ese Cuerpo, conectado con los demás. De ahí que la obediencia y la fe de una sola persona pueda expandir su impacto sobre la comunidad y la sociedad. Y, por otro lado, el pecado y la incredulidad de uno también ocasionan gran perjuicio colectivo. Así, el principio de "representación y unión" sigue operando en la vida de la Iglesia y de la sociedad. Por ello, cada creyente debe examinarse con frecuencia: "¿Pertenezco a Adán o pertenezco a Cristo?".
En 1 Corintios 15, Pablo expone que, "así como por un hombre vino la muerte, también por un hombre vino la resurrección". Jesucristo es las primicias de la resurrección y, por estar unidos a Él, también participamos de su vida resucitada. Así como todos los que estaban "en los lomos de Adán" no pudieron sustraerse al pecado, todos los que están "en Cristo" participan de su vida y resurrección. Romanos 5:12-21 nos exhorta, en definitiva, a no permanecer en Adán, sino a habitar en Cristo. Allí hallamos la salvación eterna y, en nuestra vida cotidiana, la fuerza que da el Espíritu Santo para experimentar victoria a diario.
Cerca del final de su sermón, el Pastor David Jang menciona el pasaje de Juan 15, "Yo soy la vid, vosotros los pámpanos", subrayando de nuevo el principio de la unión: solo cuando estamos injertados en la vid verdadera, Jesucristo, podemos llevar frutos de justicia y vida. Mientras sigamos injertados en el "árbol silvestre" de Adán, jamás produciremos el fruto genuino que agrada a Dios. Por eso, la prioridad número uno es "despojarnos del viejo hombre y revestirnos del nuevo" mediante el bautismo en Cristo (Rom 6:3-4; Ef 4:22-24).
En conclusión, Romanos 5:12-21 nos muestra la gran corriente de la historia desde la perspectiva de Pablo: "Por medio de un solo hombre, Adán, entraron el pecado y la muerte; y por medio de un solo hombre, Jesucristo, irrumpieron la justicia y la vida". Adán es nuestro viejo representante; Jesucristo es el nuevo. El Pastor David Jang insta a que, a través de este texto, los creyentes comprendan de forma integral la doctrina del pecado original, la expiación vicaria, la justificación y la glorificación. Si la era antigua, dominada por el pecado y la muerte, ha llegado a su fin, y en Cristo ha comenzado la era de la justicia y la vida, entonces debemos experimentar activamente esta realidad en el Espíritu Santo. Ningún pecado ni ninguna historia pasada pueden someternos ya como tiranos, porque ahora reina un poder mayor: la gracia y la justicia. Esa es la razón por la cual Pablo proclama: "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Rom 5:20).
La era vieja y la era nueva marcan un punto de quiebre definitivo en todos los ámbitos de la vida. El creyente ya no forma parte de la "genealogía de Adán", sino que, al ser lavado por la sangre de Jesucristo y unido a su vida resucitada, pasa a ser una "nueva criatura". Al contrastar a Adán y a Cristo de manera clara, el creyente vive con gratitud y reverencia, examinando constantemente: "¿Estoy verdaderamente en Cristo?". En Romanos 8:1, Pablo declara con solemnidad: "Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús". Este es el núcleo de la fe. Al mismo tiempo, poseedores de este extraordinario evangelio, descubrimos nuestro llamado a servir al mundo.
En definitiva, cuando un hombre escogió la incredulidad, el pecado y la muerte alcanzaron a toda la humanidad; pero cuando un hombre obedeció perfectamente, la gracia y la vida se derramaron sobre todos los que creen. Esta historia teológica de la salvación, que Pablo presenta de forma tan contundente, arroja luz sobre nuestra vida presente. Solo cuando comprendemos correctamente la doctrina de la representación y la doctrina de la unión, podemos tener la absoluta certeza de cómo la muerte vicaria de Cristo expía nuestros pecados y cómo su justicia es transferida (imputada) a nosotros. No se trata de un simple conocimiento doctrinal: afecta a nuestra vida de oración, de culto, a nuestro servicio comunitario y a la vida cotidiana. Una sola oración de un "justo" puede transformar una generación, una iglesia puede bendecir una ciudad y una comunidad unida a Cristo puede impactar positivamente a toda la nación. Ésta es la base fundamental.
El Pastor David Jang concluye recordando que debemos convertirnos en una comunidad de fe que recorra "el camino del nuevo Adán". No se trata meramente de una enseñanza moral, sino de una transformación cósmica que abarca a toda la humanidad, consumada en la cruz y en la resurrección de Cristo. Cada persona debe decidir: "¿Permaneceré en Adán o me trasladaré a Cristo?". Y quien ya está injertado en Cristo debe, en la práctica diaria, apartarse del pecado y, por el poder del Espíritu Santo, practicar la justicia. De este modo, anticipamos en la tierra la plenitud del reino de Dios que se completará en el futuro.
En síntesis, Romanos 5:12-21 declara de forma contundente: "Así como por la transgresión de uno solo todos se constituyeron pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos". Ésta es la verdad que pone fin a la era del pecado y la muerte, e inaugura la era de la gracia y la vida. El pecado original y la doctrina de la expiación vicaria se sustentan en el hecho de que el pecado de un solo hombre se transmitió a todos, y la justicia de un solo hombre puede ser imputada a todos los que creen. Así como Adán, cabeza de la humanidad, nos condujo al reino del pecado, Cristo, la cabeza de la nueva era, nos introduce en el reino de la gracia y la vida eterna. Ése es el motivo por el que Pablo, en la sección final de Romanos 5, estalla en alabanza.
El Pastor David Jang concluye sus mensajes de la siguiente manera:
"Ya no somos seres impotentes aplastados bajo el dominio de la muerte. En Cristo, el reinado del pecado y la muerte ha terminado, y ha comenzado el reinado de la gracia y la justicia. Ahora debemos elegir a Cristo, no a Adán, como nuestra cabeza. Si permanecemos en su amor, viviremos una vida asombrosamente nueva. Podemos extender el reino de Dios aquí y ahora, y heredar la vida eterna. Por tanto, amados hermanos, no os quedéis en Adán; permaneced en Cristo. No viváis más como esclavos del pecado, sino disfrutad la libertad de la vida. Éste es el mensaje bendito de Romanos 5:12-21."