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La traición de Judas - Sermón del Pastor David Jang

 

1. La traición de Judas y la última exhortación amorosa de Jesús

En el pasaje de Juan 13:20-30, nos encontramos con la frase "Después de recibir el bocado, Judas salió enseguida; y era de noche" y vemos de manera muy vívida la escena en la que Judas traiciona a Jesús. Este relato se desarrolla durante la última cena que Jesús comparte con sus discípulos, y contrasta de forma marcada la profunda exhortación amorosa que Jesús ofrece hasta el final y la actitud de Judas, que acaba rechazándola. El Pastor David Jang, a partir de este texto, hace hincapié en que el amor del Señor no fuerza la decisión ni el arrepentimiento de ningún ser humano, mostrando que "Dios no nos manipula para que retrocedamos y volvamos a Él". Precisamente, la naturaleza del amor se fundamenta en la libertad, no en la imposición, y la historia de Judas nos revela claramente cómo reacciona el ser humano ante este "regalo de la libertad".

Cuando Jesús le dio personalmente a Judas el pedazo de pan, no era simplemente un gesto rutinario en la mesa. Desde la perspectiva cultural de la región de Palestina, el acto de dar un trozo de pan directamente a alguien era señal de un afecto y respeto especiales. Así, Jesús buscaba abrazar a Judas hasta el último momento, colocándolo en un lugar de cercanía y mostrándole Su corazón sincero. Durante ese proceso también ocurre el momento en que Jesús lava los pies de los discípulos. Hasta ese punto, cada paso que Jesús daba rebosaba de un mensaje de "servicio" y "exhortación" amorosa. Es probable que los discípulos se conmovieran hasta las lágrimas y que, al reflexionar en lo profundo, comenzaran a replantearse su manera de concebir al Mesías. Sin embargo, incluso en medio de todo ello, Judas no pudo aceptar plenamente el amor de Jesús y ya guardaba profundamente en su interior la semilla de la traición.

El Pastor David Jang destaca que "el discípulo que Jesús tuvo más cerca es quien lo vendió", subrayando la necesidad de examinarnos a nosotros mismos. Judas, sobre todas las cosas, era el encargado del dinero. Dentro de la comunidad judía, y más aún en un grupo mesiánico, gestionar el dinero implicaba contar con gran confianza. Por lo general, el dinero conlleva tentaciones y riesgos de disputas, por lo que se requería una persona con responsabilidad y madurez espiritual para esa tarea. Sin embargo, Jesús confió precisamente esa bolsa a Judas. Esto expresa la profunda confianza que el Señor tenía en él, considerándolo poseedor de una mayor responsabilidad y fe que otros. El Pastor David Jang interpreta esta actitud como "el Señor creyó en Judas hasta el final" y recalca que esta fe no era una manipulación ni un señuelo. En Dios existe únicamente "la predestinación de Su amor absoluto". Aun así, por sus deseos mundanos y su perspectiva torcida, Judas no acogió la exhortación del Señor.

El episodio de la mujer que quebró el frasco de alabastro pone en evidencia de manera decisiva el corazón de Judas. Cuando una mujer derramó un perfume sumamente costoso sobre Jesús, Judas lo menospreció con la mirada secular y práctica de "¿no hubiera sido mejor usar ese dinero para ayudar a los pobres?". Es cierto que, valorando solo esa frase, no es que esté mal el hecho de ayudar a los pobres. Sin embargo, el problema radicaba en que no reconoció el amor como amor, y no comprendió que la esencia de la piedad consistía en la plena devoción a Jesús; en cambio, abordó la cuestión de un modo meramente calculador. Desde la perspectiva del mundo, el camino de Jesús puede parecer necio o poco eficiente. Pero en el fondo es un camino de amor, de la cruz, y de salvación a través del sacrificio propio. Judas no entendió ese camino. O quizás, en realidad no quiso entenderlo. Según la perspectiva del Pastor David Jang, en ese punto emerge el "pecado más atroz que la serpiente" que anidaba en Judas.

En el capítulo 13 de Juan, la escena de la última cena llega a su clímax. Jesús declara con franqueza: "De cierto, de cierto os digo que uno de vosotros me va a entregar". Al oír esto, los discípulos se miran perplejos: "¿Quién será?". Aun así, el Señor no revela de inmediato que el traidor es Judas. En su lugar, dice: "A quien yo diere el pan mojado, ése es", y lo entrega directamente a Judas. Esta acción, a la vez que expone al traidor, encierra el último gesto de amor hacia él. Mojar el pan y ofrecerlo mostraba cercanía, pero cuando se lo dio a Judas también fue un mensaje de advertencia. Era como decir: "Sé lo que hay en tu corazón. Pero incluso ahora, date la vuelta. Con este pan te invito una vez más a regresar". No obstante, Judas ignora esa invitación, toma el bocado y sale de inmediato.

Juan relata: "Después de recibir el bocado, Judas salió enseguida; y era de noche". La mención de la "noche" no solo describe la hora; también pone en escena la oscuridad espiritual de Judas y la tiniebla que invade el mundo. La noche simboliza la sombra, el ocultamiento, el pecado y la corrupción, al tiempo que marca el punto decisivo en el cual Jesús inicia Su camino en solitario. Es el momento en que el amor deja de surtir efecto, en que la traición se hace realidad, en que la oscuridad espiritual arraiga visiblemente. El Pastor David Jang señala que el significado de esta "noche" no se refiere meramente a un suceso cronológico, sino que alude a la oscuridad interior de toda alma que se aparta de Dios. Si rechazamos el amor del Señor y rehusamos cambiar de rumbo, corremos el riesgo de sumirnos en esa misma oscuridad.

Además, es digno de mención cómo reaccionan los discípulos ante el acto de Judas. Al verlo salir, algunos imaginaron: "Ah, como él lleva la bolsa, tal vez salió a comprar algo que hace falta para la fiesta" o "Quizás fue a dar algo a los pobres". No percibieron la gravedad del momento. No comprendieron la semilla de traición que crecía en lo profundo del corazón de Judas. Incluso en el seno de la comunidad, ni siquiera entre hermanos cercanos, se logra advertir con claridad el estado espiritual de cada uno. El Pastor David Jang enfatiza la necesidad de mantenernos siempre en oración y de velar los unos por los otros, compartiendo una comunión sincera bajo la gracia. Aun en una comunidad de amor, si se suman la ignorancia y la indiferencia espirituales, puede germinar un peligro que no es detectado a tiempo.

Entonces, ¿dónde comenzó la traición de Judas? Observando el incidente del frasco de alabastro, podemos suponer que Judas estaba sumergido en la lógica mundana. No veía con claridad el camino de Jesús ni intentaba verlo. Aunque escuchaba las palabras y la exhortación del Señor, las filtraba con sus propios deseos y prejuicios. El resultado fue tildar de "despilfarro" la pasión y entrega amorosa hacia Jesús. Tal vez también experimentó una decepción al darse cuenta de que el Reino de Dios que Jesús anunciaba no cumplía sus expectativas de liberación política ni de gloria terrenal. Al ver el liderazgo humilde de Jesús, la compasión hacia pecadores y necesitados, y sobre todo la decisión de ir hacia la "cruz" con un talante sacrificial, Judas pudo sentirlo alejado de la figura de un líder revolucionario que él anhelaba.

Judas rechazó el amor del Señor hasta la última oportunidad. Que recibiera el trozo de pan y saliera enseguida expresa que su decisión ya estaba tomada. El amor no obliga. El Pastor David Jang describe esto como "el sufrimiento de Dios". El Dios omnipotente contempla cómo el hombre, con libre albedrío, escoge el pecado y la traición, y no lo detiene por la fuerza. El amor de Dios es infinito, pero quien lo ignora hasta el final acaba hundiéndose en la oscuridad eterna. En esta escena del Evangelio de Juan presenciamos la obstinación de Judas, quien rechaza sin miramientos la mano que Jesús le tiende en el umbral de la noche.

No debemos considerar a Judas simplemente como "un traidor extremadamente perverso que hubo en la historia" y pasar de largo. La sombra de Judas puede anidar también en lo más profundo del corazón del creyente moderno. Aunque llevemos años en la iglesia, escuchemos la Palabra, sirvamos y colaboremos, es posible que siga presente en nosotros una actitud de juzgar la obra de Dios según criterios mundanos. Cuando enfrentamos límites y debilidades, en vez de llevarlos al Señor en arrepentimiento, podríamos caer en la tentación de murmurar: "¿Acaso no hay una forma más práctica? ¿No se estará desperdiciando algo?". Además, quienes ocupan cargos y manejan recursos deben examinarse con más humildad. Así como Judas, aun teniendo el cargo de manejar la bolsa de dinero, cayó en la corrupción, cualquiera puede tropezar.

La traición de Judas no es simplemente un episodio histórico, sino una advertencia para nuestra vida. Aunque se proclame la Palabra de Jesús y se llame al arrepentimiento hasta el último instante, se puede rechazar ese llamado. Dios ama hasta el fin, pero no fuerza a quien insiste en seguir en la oscuridad. El Pastor David Jang subraya que debemos estar en guardia y siempre acercarnos al Señor. El momento en que escuchamos y meditamos la Palabra es como cuando Judas recibió el trozo de pan. Esa Palabra puede salvarnos, pero si no nos volvemos de nuestro camino, también puede traer juicio. Así, la escena de la última cena en Juan 13 es a la vez la culminación del amor de Cristo y la manifestación más dramática de la traición humana. Entre esos dos extremos, existe "la oportunidad de volverse atrás".

Entre los discípulos, también Pedro negó a Jesús; sin embargo, terminó arrepintiéndose y regresó. Pero Judas no lo hizo. La negación de Pedro se debió a su temor y debilidad, pero en su interior subsistía un amor por el Señor que lo llevó al llanto de arrepentimiento. En contraste, Judas albergaba ambición y deseos profundos, y planeó de antemano su traición, ejecutándola al final. Aquella traición no desembocó en arrepentimiento, sino en desesperación y suicidio. Así, la historia del pecado en el interior humano resulta temible. A la vez, demuestra que la posibilidad de este desenlace trágico radica en cada uno de nosotros.

La reacción de los discípulos que no comprenden nada hasta que Judas se marcha pone de relieve lo importante que es la vigilancia espiritual en la comunidad. El Pastor David Jang considera que, si los discípulos hubieran estado más pendientes y hubieran percibido señales de advertencia en las palabras y actos de Judas, podrían haber intentado retenerlo y animarlo a arrepentirse. Sin embargo, nadie lo notó. Lo mismo puede sucedernos hoy. Hay quienes, a nuestro alrededor, caen en la desesperación y en la tentación del pecado, alejándose de la iglesia y siendo absorbidos por la oscuridad del mundo, sin que nos demos cuenta. Por eso, es fundamental velar en oración, compartir la Palabra y estar atentos unos a otros. La debilidad humana puede hacer que, si no estamos alerta, sea difícil evitar que el pecado arraigue.

El amor del Señor nos invita con los brazos abiertos hasta el final. En Juan 13:20, Jesús declara con claridad: "De cierto, de cierto os digo: el que recibe al que yo envíe, me recibe a mí; y el que me recibe a mí, recibe al que me envió". Recibir a Jesús implica recibir al Padre. Y el hecho de que Judas, habiendo escuchado estas palabras, no se volviera atrás, demuestra que su traición no solo fue contra un Maestro, sino que equivalía a rechazar al mismo Dios. El Pastor David Jang lo interpreta diciendo que "nadie puede obligar a que el corazón de Dios cambie". El amor, por su propia esencia, no puede imponerse sin la libre decisión de la otra parte; Jesús no forzó a Judas a arrepentirse.

Aun más, el ejemplo de Judas nos recuerda que, aunque siempre tengamos oportunidades para arrepentirnos, no debemos suponer que se nos concederán indefinidamente. Judas recibió el bocado durante la última cena y, antes de eso, había presenciado incontables señales de Jesús. No obstante, no cambió su corazón y rechazó la última oportunidad. Esto expone lo profundo que puede arraigarse la oscuridad en el interior humano. Una vez que la noche llegó, su alma no encontró salida al abatimiento.

Así, el relato de la traición de Judas en Juan 13 no se limita a un dramático episodio ocurrido en la comunidad de discípulos del pasado. Más bien, nos insta a examinar cómo, día a día, recibimos o rechazamos el amor de Jesús en nuestra vida. Tal como participamos de la mesa y del pan en la comunión, recibimos continuamente el amor del Señor. Ya sea en la predicación, en la adoración comunitaria, en el evangelio que se proclama o en la comunión que compartimos, se nos presenta una y otra vez la ocasión de volver al Señor. Sin embargo, si, al igual que Judas, la ignorancia o la obstinación espiritual nos domina, podemos perder todas esas oportunidades. El Pastor David Jang expresa esto como una suerte de "impotencia de Dios". Incluso siendo Todopoderoso, ante la libertad humana y por el amor, Dios parece impotente. Pero esa aparente debilidad es la máxima expresión del amor divino, pues Dios prefiere que volvamos libremente en lugar de forzarnos.

"Después de recibir el bocado, Judas salió enseguida; y era de noche" (Jn 13:30) es un versículo que nos confronta con la necesidad de tomar una decisión. A lo largo de la vida, debemos elegir infinidad de veces: ¿habremos de volvernos al Señor y obedecer Su exhortación o, por el contrario, daremos la espalda y elegiremos la oscuridad? Esa es la pregunta más decisiva de la historia de la traición de Judas. Como enfatiza el Pastor David Jang, debemos examinarnos de continuo para asegurarnos de que no anide en nosotros esa dureza del corazón al estilo de Judas. Y sobre todo, no hemos de olvidar que el amor de Jesús sigue extendiéndose hacia nosotros hasta el final. Si la traición nos empuja hacia la senda de la tiniebla, el amor es la invitación que nos retiene en la luz. Entre estos dos caminos, la elección es únicamente nuestra.


2. Ignorancia espiritual y oportunidad de arrepentimiento

Mientras Judas emprendía el camino de la traición, los discípulos no percibieron en absoluto el ambiente de esa traición. Aun cuando Jesús dijo explícitamente: "Uno de vosotros me va a entregar", ellos se limitaban a preguntarse: "¿Quién será?". Incluso cuando Jesús mojó el bocado y se lo entregó a Judas, los discípulos no captaron con claridad el significado de aquel gesto. Y cuando Judas salió, imaginaron: "Quizás fue a comprar algo" o "Tal vez fue a ayudar a los pobres". Esta ignorancia espiritual pone a la comunidad en peligro. Y no era solo la comunidad de los discípulos de la antigüedad. Del mismo modo, en la iglesia de hoy se pasan por alto muchas crisis espirituales porque no las reconocemos.

El Pastor David Jang destaca aquí la importancia de la "vigilancia y el despertar espiritual". Jesús ya había advertido en repetidas ocasiones a los discípulos, tanto con palabras como con gestos simbólicos, dejando en evidencia la sombra de la traición. Lavó sus pies, enseñándoles a servirse mutuamente. Ante la mujer que quebró el frasco de alabastro, mostró el sentido profundo del "amor". Y justo antes de la última cena, anunció claramente: "Uno de vosotros me va a entregar". Sin embargo, los discípulos no estaban lo suficientemente sumergidos en la meditación y la contemplación de Su amor y de Sus palabras. Por eso, no se dieron cuenta de la gravedad del acto de Judas en el mismo momento en que estaba sucediendo. Ello refleja cómo se comporta la comunidad cuando el amor se ha enfriado o la sensibilidad espiritual se ha embotado. Aunque compartían estrechamente con Jesús, no comprendían del todo Sus intenciones, ni detectaban la semilla de pecado oculta en su propio círculo.

No sabemos si los discípulos habrían podido detener a Judas de antemano si hubiesen sospechado de su corazón. Pero al menos, habrían estado más atentos a sus palabras y actitudes. Tal vez habrían intentado acercarse más a él y sujetarlo. Esto sería lo que se espera de una comunidad de amor. También en la iglesia de hoy, si vemos a alguien que comienza a alejarse de la fe, entregado a la tentación de los deseos mundanos, no deberíamos apresurarnos a juzgarlo o marginarlo, sino persistir en amarle y animarlo a volver a la comunión con Dios. Este gesto no se limita a cuidar la vida espiritual de esa persona, sino que protege a toda la comunidad, ya que el pecado de un individuo suele afectar a los demás.

El hecho de que ni uno de los discípulos sospechara de Judas confirma, a su vez, que Judas ocupaba un "lugar de confianza" en el grupo. Era el encargado de la bolsa. Ello supone una gran confianza por parte de la comunidad. Sin embargo, que el responsable del dinero, alguien de fiar, pueda caer en la traición, nos alerta de que "la posición y los cargos eclesiásticos" no garantizan inmunidad frente al pecado. Cuanto mayor sea la responsabilidad y la posición, mayor será la tentación, y mayor el impacto del error. El Pastor David Jang aplica este criterio para subrayar la necesidad de que los líderes y siervos en la iglesia estén aún más alertas. Tras una fachada de prestigio y un cargo, se puede ocultar fácilmente la inclinación pecaminosa y el deseo mundano. Que Judas, pese a recibir el amor de Dios y la confianza de la comunidad, terminara saliendo al "exterior" de la gracia, debe tomarse como un recordatorio de que esta historia no es ajena a nosotros.

La "mesa de la Palabra" es un lugar donde se reparte el pan y donde cada uno puede arrepentirse y volverse a Dios. El Pastor David Jang recalca que "cuando Judas tomó el bocado, recibió su última oportunidad". El amor de Jesús estaba contenido en ese bocado. Si Judas hubiese decidido aceptarlo de verdad, la situación podría haber sido diferente. Es en este punto donde se percibe el misterio del arrepentimiento y la salvación. Aun en medio de la peor desesperación o de ataduras profundas de pecado, si abrimos el corazón y recibimos el amor de Cristo, se produce el milagro de la transformación. Sin embargo, Judas desoyó ese instante de gracia. Apenas recibió el bocado, se fue al instante y se sumió en la "noche". Con ello, declaró su absoluta terquedad.

Aquí vemos las consecuencias de "no arrepentirse y aferrarse hasta el final al propio pecado". Es la ruina de la fe. Judas no solo traicionó al Señor, sino que luego se hundió en la culpa hasta quitarse la vida. Si se hubiese arrepentido con sinceridad, quizás habría sido perdonado y restaurado, tal como le sucedió a Pedro. Pero no eligió ese camino. Por ende, aunque tanto Pedro como Judas niegan y traicionan al Señor, uno se arrepiente y acaba como apóstol, mientras que el otro se adentra en la oscuridad eterna. Esto nos enseña que el mayor temor no es el pecado mismo, sino la dureza de corazón que nos impide arrepentirnos.

Según el Pastor David Jang, este pasaje muestra el "dolor de Dios ante el pecador que no se vuelve a Él". Siendo omnisciente y omnipotente, Dios podría forzar el arrepentimiento humano, pero no actúa así, porque reina por amor. Nos concede el libre albedrío y, dentro de ese margen, desea una relación genuinamente amorosa. De modo que, si elegimos la vía del pecado, Él sufre en silencio. Y esto es el reino de Dios: un mundo donde Dios invita con amor, pero la elección final recae en cada persona. En esa dinámica, si nos negamos a arrepentirnos, nos quedamos sumidos en la oscuridad sin remedio.

También es importante fijarse en el ambiente comunitario de la cena, porque no es solo compartir alimentos; es un espacio espiritual para compartir el corazón y reflexionar juntos en la Palabra. Jesús y los discípulos, en la celebración de la Pascua, discutieron sobre quién sería el mayor, y el Señor les lavó los pies para demostrarles Su humildad y les recordó la visión del reino de Dios. Les advirtió de la traición inminente. Del mismo modo, nuestra adoración y nuestra comunión deben despertarnos espiritualmente. Al compartir la Palabra, orar los unos por los otros y preocuparnos por las almas de quienes nos rodean, podremos ayudar a quienes están a punto de caer en pecado, exhortándolos a arrepentirse. Así se construye una comunidad de amor.

Sin embargo, la calidez y la comodidad de ese entorno también pueden llevarnos a la desatención. Los discípulos, en medio de la comodidad de la cena, se centraron más en los gestos visibles -el lavado de pies, el pan y el vino, la camaradería- que en el sentido último de las palabras de Jesús. Como resultado, no advirtieron la inminente traición de Judas. Igualmente, hoy en día podemos escuchar la predicación, pero olvidarla pronto; podemos tener comunión, pero limitarnos a saludos superficiales sin adentrarnos en las necesidades espirituales de otros. Si no hay una exhortación amorosa y real, esa alma puede acabar en tinieblas sin que nadie lo perciba.

El Pastor David Jang hace un llamado a que seamos "espejos espirituales" entre nosotros. El mandato de Jesús, "Amaos los unos a los otros", no es una consigna abstracta. Incluye no ignorar el pecado y la debilidad del prójimo, ofrecer oportunidades de arrepentimiento, amonestar con firmeza cuando es necesario y permanecer unidos hasta el final. Si lo hacemos, podremos detectar a tiempo la sombra de Judas y evitar desenlaces trágicos. Pero si nadie está en vela y no nos fijamos en los demás, Judas partirá solo hacia la traición, sin que se aprecie esa oscuridad hasta que ya sea demasiado tarde.

Solo después de la salida de Judas debieron de conectar todos los sucesos. En ese momento, cuando Jesús dijo "Lo que vas a hacer, hazlo pronto", no entendían la razón. Más tarde, ya comprendieron el desenlace. Así suele manifestarse el pecado: germina en el corazón, pasa a la acción y trae consecuencias irreversibles. Por eso debemos estar despiertos y frenar el pecado desde su etapa inicial, insistiendo en el arrepentimiento.

Con todo, el relato de Juan 13 sobre la traición de Judas también encierra un gran mensaje de esperanza. Porque muestra el tesón del amor de Jesús. Aunque conocía la traición, Él no apartó Su mirada de Judas hasta el final. En la última cena, lo sentó muy cerca y le dio el pan con el mayor cariño. Intentó que se arrepintiera, esforzándose por retener su corazón hasta el último instante. Si Judas hubiera cambiado en ese momento, es muy probable que hubiera experimentado una restauración similar a la de Pedro tras su negación. Tal es la naturaleza del amor de Cristo. De igual forma, cada día nosotros recibimos la oportunidad de "dar la vuelta" y eso significa que nadie debe vivir encarcelado en la desesperación.

Pero a la vez, debemos tener presente que esta posibilidad de volverse a Dios no se mantiene eternamente de manera automática. Judas la tuvo en sus manos, pero "después de recibir el bocado, salió enseguida; y era de noche". Fue su propia resolución de "no me volveré atrás". Como el amor no se impone, Jesús no lo retuvo a la fuerza. Desde entonces, Judas transita en soledad el camino de la autodestrucción. El Pastor David Jang describe así este desenlace: "El juicio más terrible para el ser humano es arrojarnos a un sufrimiento sin Dios". En el fondo, rechazar la mano de Dios y encarcelarnos en nuestra propia oscuridad es la muerte espiritual.

El mensaje esencial que expone Juan 13 no se reduce a "Judas traicionó a Jesús". Más bien, relata lo que sucede cuando el amor infinito del Señor choca con la obstinada traición humana. Y ese choque se da precisamente dentro de la comunidad, donde hay adoración, Palabra y convivencia. Esto nos revela que la iglesia y la vida cristiana no son necesariamente un refugio libre de riesgos. Aunque se domine la Biblia y se hayan vivido experiencias de adoración, pueden anidar corazones como el de Judas. Incluso en una comunidad llamada de amor, si no estamos atentos y no nos preocupamos verdaderamente por los demás, ese corazón se pudrirá en la oscuridad, a escondidas.

Pero, al mismo tiempo, aquella comunidad era la última oportunidad de Judas. Allí estaba Jesús ofreciéndole el pedazo de pan, allí estaban las enseñanzas compartidas y la posibilidad de arrepentirse en cualquier momento. Lo mismo ocurre con nuestras iglesias. El Pastor David Jang enseña que "la Palabra siempre es un espacio donde se reparte el pan de la gracia". En cada culto, en cada sermón, cuando participamos de la Santa Cena, podemos hallarnos ante la "última oportunidad" o la "oportunidad de un nuevo comienzo". La diferencia depende de la sinceridad con la que abramos el corazón al Señor. Judas fracasó por cerrar su corazón hasta el final.

Cuando Judas salió, era de noche, y esa "noche" no significa solo el anochecer natural. Es la noche espiritual, el lugar en el que no está el Señor, donde no llega la exhortación amorosa, donde se instala la dureza del corazón. Pero antes de esa noche, Judas había recibido el bocado. Es decir, se le ofreció una invitación de amor, pero él eligió caminar hacia la oscuridad. Esto nos advierte que, aunque escuchemos la Palabra, experimentemos milagros y disfrutemos de la comunión amorosa, si nos negamos a cambiar, podemos caer igual que Judas. Sin embargo, nos anima a la vez la certeza de que si nos arrepentimos hasta el final, como hizo Pedro, podemos ser restaurados. El Pastor David Jang concluye que en cada uno coexisten las posibilidades de ser Judas o de ser Pedro.

Por eso, los creyentes debemos revisar a diario hacia dónde dirigimos nuestras inclinaciones. El Señor nos sostendrá con amor, nos llamará a arrepentirnos con Su Palabra y, mediante la oración y la ayuda de la comunidad, nos levantará de nuevo. Pero si rechazamos todas esas oportunidades y salimos de la presencia de Dios, esa decisión nos conducirá a la noche. Debemos recordar siempre este peligro, y en respuesta, orar con vigilancia, amarnos y exhortarnos unos a otros, así como exponer nuestro corazón a la luz de la Palabra para andar por la senda del arrepentimiento.

El relato de la traición de Judas en Juan 13:20-30, donde el amor alcanza su punto culminante y la traición humana se manifiesta en su forma más cruda, no es un mensaje tenebroso y opresivo de final cerrado. Nos enseña que, aunque el poder del amor de Dios pueda revertirlo todo, cuando se enfrenta a la libre elección del ser humano, puede parecer impotente. Precisamente por eso, lo único que podemos hacer ante ese amor santo es humillarnos, arrepentirnos y aferrarnos a Su mano. Si dejamos escapar esa mano, lo que queda es la noche.

Este pasaje se traduce, pues, en un llamado a "mantenernos alertas para examinar nuestro corazón, cuidar unos de otros y cultivar una comunión basada en la oración y en la Palabra". Aun en una comunidad que se llama a sí misma amorosa, pueden darse traiciones como la de Judas si descuidamos la atención mutua. Si vemos a alguien tambalearse, nuestra responsabilidad es sostenerle y guiarle al arrepentimiento. A nivel personal, debemos evitar aproximarnos a la Palabra con un cálculo egoísta o juzgar las expresiones de amor desde criterios mundanos. Debemos presentarnos continuamente ante el Señor con un corazón humilde. Que el versículo "Después de recibir el bocado, salió enseguida; y era de noche" no defina nuestro desenlace individual. Antes bien, hemos de aferrarnos al amor del Señor y tomar la senda del arrepentimiento, que es el mensaje central de Juan 13 y la enseñanza principal del Pastor David Jang.