
1. El ejemplo del apóstol Pablo
Cuando Pablo declara: «No es que ya lo haya alcanzado todo ni que ya sea perfecto» (Flp 3:12), no se engaña pensando que su vida es impecable ni que lo ha conseguido todo. Por el contrario, confiesa que «prosigue para asir aquello para lo cual también fue asido por Cristo Jesús». Su impulso para avanzar nace de su fe en el Dios que llama y del hecho de haber sido prendido por Cristo Jesús. Por eso no se conforma con sus límites presentes y, «olvidando lo que queda atrás y extendiéndose a lo que está delante» (Flp 3:13), se esfuerza sin cesar y «prosigue a la meta por el premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Flp 3:14).
Esta actitud de Pablo no refleja solamente una férrea voluntad personal ni entusiasmo humano; la fuerza radical que la sustenta proviene del «llamamiento de Dios desde lo alto». Como se apoya en la redención y la liberación ya cumplidas en Cristo, y en la recompensa celestial que ha de venir, puede avanzar sin agotarse.
La orientación teológica y espiritual que se manifiesta en sus cartas ofrece una penetrante enseñanza a los pastores y líderes de hoy. El modo en que Pablo ata los cabos del pasado -sean éxitos o fracasos- y avanza hacia el propósito (meta) que Dios otorga resulta vital para la evangelización contemporánea y la vida comunitaria. Quien persiguió ferozmente a la Iglesia se transformó en apóstol que recorre el mundo: aquella metamorfosis no fue azarosa. Detrás estaba el poder de Aquel que dijo: «Yo he vencido al mundo» (Jn 16:33); Pablo confió plenamente en ese poder y así afrontó tormentos, sentencias de muerte e inminentes abismos sin desfallecer, dedicándose a «dar vida y edificar discípulos firmes».
«Jamás debemos dar vueltas ni repetirnos; hay que avanzar en línea recta». Pero ¿de dónde surge esa fuerza de avance? Pablo ofrece la respuesta en 2 Corintios 1. Primero, el sufrimiento le hace depender solo de Dios (2 Co 1:9). Los seres humanos, en busca de seguridad, tienden a apoyarse en lo visible (riquezas, poder, prestigio), mas el terror de una «sentencia de muerte» -que Pablo experimentó repetidas veces- no se vence con recursos mundanos. Cuando «perdió toda esperanza de vida» (2 Co 1:8), se aferró al Dios vivo y así aprendió a «no confiar en sí mismo sino en Dios, que resucita a los muertos».
Segundo, en esa aflicción Dios lo consoló, y Pablo pudo transmitir esa misma consolación y salvación a otros que sufrían (2 Co 1:4). Ello revela que la comunidad eclesial no existe solo para «celebrar lo bueno y lamentar lo malo», sino para abrir el camino de la vida unos a otros.
El pastor David Jang ha subrayado esta visión pastoral: aplicar hoy a la comunidad la comprensión paulina del sufrimiento y la esperanza, de la llamada y la recompensa. En el proceso de establecer los fundamentos de la "fe y orden", insta a que los cristianos, al enfrentar pruebas internas, aprendan a mirarlas a la luz del llamamiento divino, como hizo Pablo. En un mundo cada vez más complejo, con choques de valores y tensiones dentro de la propia Iglesia, es crucial formular la pregunta esencial: «¿Por qué permitió Dios esta prueba?» Esto persigue, primero, reajustarnos para confiar solo en él, y segundo, capacitarnos, mediante la consolación recibida, para compartir el evangelio hecho realidad con quienes padecen lo mismo.
David Jang remarca que, al emprender tal tarea, es indispensable equilibrar «una intensa concentración espiritual con una preparación práctica». Pablo no era mero «entusiasta»; planeaba meticulosamente sus viajes misioneros: adónde ir primero, con quién hablar, cómo plantar iglesias. El diseño estructural unido a la obediencia al Espíritu es la exigencia para la Iglesia actual.
Para inculcar en la comunidad la mentalidad de «olvidar lo pasado y extenderse a lo futuro», se requiere la decisión de no revolcarse siempre en fracasos o heridas, sino de lanzarse a capítulos nuevos. David Jang aconseja: «Aunque las obras de Dios en el pasado hayan sido claras, no te conformes ni, en sentido opuesto, quedes paralizado por pérdidas o lamentos».
¿Cuál es la energía que nos empuja hacia la meta? Es el «premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús» (Flp 3:14). Este «premio» es eterno y encierra esperanza escatológica. Al contemplarlo, la comunidad creyente puede avanzar sin tambalear, pese a los retos del mundo.
David Jang recalca: «La obra de Dios no se realiza cuando juzgamos que estamos listos, sino cuando él determina el tiempo». No se trata de esperar que encajen nuestros deseos, sino de discernir con sensibilidad los tiempos divinos y prepararnos. Esa conjunción de estrategia y discernimiento espiritual fructifica la visión comunitaria.
Seguir la senda paulina exige «el corazón del pastor que apacienta ovejas». David Jang exhorta a cada miembro -incluso a los jóvenes- a verse no como niños, sino como pescadores de hombres y pastores que echan la red de la palabra. Solo con una visión unificada sobre la meta puede avanzar la Iglesia. Ante el riesgo de que algunos, como relata Viktor Frankl en los campos de concentración, se rindan al perder la esperanza, Pablo muestra otro camino: aun con «sentencia de muerte», miró al Dios que resucita a los muertos y alentó a otros. ésta es la lección reiterada por David Jang: preguntar primero «¿para qué permitió el Señor esto?» y trasladar la consolación recibida al servicio de los demás.
También insta a «cultivar el hábito de escribir» para clarificar cada día a qué se corre y cómo se vive. Así como las cartas paulinas quedaron en el canon, la documentación de nuestras experiencias y ministerios orientará a las generaciones futuras y mantendrá concentrada nuestra alma en la meta diaria-éste es el núcleo de la enseñanza de David Jang.
2. La decisión comunitaria hacia la visión (la meta)
El testimonio y la carrera de Pablo («olvidando lo que queda atrás y extendiéndome a lo que está delante») no aluden sólo al fervor personal; él comunicó el mismo mensaje a colaboradores, iglesias y destinatarios de la misión. Para que la Iglesia despierte hoy, los compañeros de fe, los grupos de liderazgo, los denominaciones y organismos misioneros deben compartir un "llamamiento comunitario". David Jang ha materializado este llamamiento forjando sedes y centros a lo largo de los años, consolidando la estructura eclesial y, ahora que aquello llega a su culmen, declara: «Enfoquémonos en la evangelización masiva y en la fundación de escuelas». Si antes vertíamos toda energía en los fundamentos de «fe y orden», ahora aceleremos la misión mundial.
«Jamás debemos dar vueltas ni repetirnos; hay que avanzar en línea recta». Aun con infinitas «razones para no, dificultades y retrasos» en la historia, no vamos a repetir fracasos, sino a aprender de ellos y avanzar. Para ello, David Jang impulsa a cada creyente a que, mediante su registro de vida, no pierda identidad ni misión.
Asimismo, enseña a no confundir obra misionera y asuntos económicos. En la Escritura, la misión surge siempre del llamamiento divino; Pablo no partió una vez asegurada su economía. Predicar el evangelio fue la prioridad, y el sustento se ordenó en función de esa misión. Esta jerarquía es hoy imprescindible. David Jang insiste: «Primero prediquemos y formemos discípulos firmes; luego podremos hacer cualquier otra cosa». "Discípulos firmes" -personas de fe granítica que no huyen- deben levantarse en masa para que estalle la expansión misionera. El momento de establecerlos se acerca, y la Iglesia ha de ayunar, orar y esforzarse.
David Jang aconseja: «Ora y medita por la mañana, registra tu vida y empieza la jornada; repítelo a diario». Igual que las epístolas de Pablo nutrieron a la iglesia posterior, nuestras historias, conocimientos, testimonios y oraciones deben acumularse hoy.
Con el Thanksgiving Day y la Navidad en puerta, algunos quizá sientan que sólo cosecharon fracasos. Pablo consideraba "basura" sus logros pasados (Flp 3:8) comparados con ganar a Cristo, lo que se enlaza con la actitud de Habacuc: «Con todo, yo me alegraré en Jehová, y me gozaré en el Dios de mi salvación» (Hab 3:18). David Jang anima: «Aunque tus manos parezcan vacías, ¡mira cuánta cosecha hemos acumulado como comunidad, y cuántas semillas sembrarás el próximo año!».
Al enfrentar las dificultades internas, David Jang ayuda a que cada creyente descubra el sentido del sufrimiento, de modo que, como Pablo, puedan luego consolar a otros. Así la Iglesia puede dar una defensa convincente de «la razón de la esperanza que hay en vosotros» (1 Pe 3:15).
Los principios comunes entre Pablo y David Jang son claros:
- No quedar atrapados en el pasado («olvidando lo que queda atrás»).
- Aferrar con certeza la recompensa futura («la meta del supremo llamamiento»).
- Registrar, meditar y aplicar estas verdades a diario («el hábito de escribir»).
- Configurar y ejecutar la visión comunitaria con una estructura sólida.
Todo ello requiere la unión de quienes están «asidos por Cristo Jesús».
Cuando la Iglesia de hoy proclame: «Yo también prosigo para asir aquello por lo cual fui asido por Cristo Jesús», será posible un auténtico avance y transformación. En ese camino, la Palabra de Cristo, la guía del Espíritu y la visión pastoral de líderes como David Jang cooperarán para bien.
















